La historia de tus ojos II
Ya había pasado una semana desde la salida del hospital y Sam seguía triste y callado.
- No es por que me moleste, pero ¿quieres regresar a tu casa?
- Me siento tan a gusto aquí, que ni me lo había planteado, ¿podemos esperar un poco más?
- Sin problema ... pero vas a decidirte a decirme que es lo que sucede
- Me conoces muy bien, y sabes lo difícil que puede ser hablar de estas cosas
- Lo sé, pero en cuanto liberes el peso que lleves te sentirás mejor, te lo aseguro
- Aún no puedo, lo siento
- No pasa nada ... ¿quieres acompañarme a la firma del nuevo libro y luego al cóctel?
- No creo ser la mejor compañía ahora, prefiero descansar
- OK, por hoy no te forzaré. Me marcho
Sam, recorría toda la casa a pasos lentos, como si representará lo que su memoria creaba, de vez en cuando, una lágrima rodaba por sus mejillas haciéndole caer de rodillas, como culpándose, sentía que quemaban su rostro para marcarlo.
Así pasó toda la tarde, hasta que por fin extenuado, se quedó dormido.
Pasaba la media noche, cuando llegó Meg y lo vio hecho un ovillo sobre la cama, se acercó le puso una sábana por encima y le dio un beso.
Por la mañana, bajó arrastrando los pies hasta la cocina.
- Vaya, tienes peor cara que yo, dijo Meg
- Lo imagino, no he dormido muy bien que digamos
- No pudiste descansar, te he oído inquieto en la habitación
- Siento darte tantas molestias, encima no te dejo dormir
- Sam, sabes que te quiero y esto no puede continuar así, debes seguir con tu vida, no esconderte del mundo, eso no te hace nada bien
- Tú crees que no lo sé, pero no tengo fuerzas para continuar, esto me asfixia hasta desvanecer
- Liberate ya, de una vez. Tengo que darte un ultimátum, de aquí al fin de semana debes sacar fuerzas y volverás a tu casa para intentar continuar con tu vida
- SI TE MOLESTO gritó , me marcho ahora mismo, se levantó y subió las escaleras
- Vamos, ya sabes que no es eso
Se oyó el portazo y luego vino un silencio que invadió toda la casa.
Cuando Meg regresó por la noche, le escuchó en la habitación, pero no salió.
Los días siguientes, Sam intentaba no cruzarse con ella, si lo hacía murmuraba un ¡hola! o ¡bunos días! y nada más.
Llegó el sábado por la mañana, Meg ya estaba desayunando, cuando bajó.
- Me sirves un café, por favor
- Sin problemas, sientate y toma unas tostadas o fruta
- Gracias. Si te parece, tras desayunar podemos irnos
- Claro, se levantó se dirigió hacia él, le abrazó y dio un beso
Dejaron todo recogido tras el desayuno, Sam ya tenía todo listo para marcharse.
Tras una media hora, llegaron a la casa de Sam, se bajaron, cogieron las pocas cosas que traía.
Sam avanzaba a pasos lentos, le temblaban las piernas.
Meg se adelantó, abrió diciendo: Bienvenido a tu casa de nuevo
Mi casa, dijo Sam como un suspiro.
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