Cuerpos al descubierto

Le esperaba desnuda en la cama, sabía que pronto llegaría.

De pronto, una silueta se dibuja en el umbral de la puerta, lentamente se dirige hacia ella, a cada paso quitrándose las prendas que cubrían ese cuerpo de Adonis, creado por dioses, para el delite de ella.

Comenzó besando sus pies, para luego ir escalando esa piel pálida que tiritaba con cada roce de sus labios, su pecho parecía arder en el clamor de sus manos, él se entretenía con cada centímetro que sorbía y mordisqueaba.

Su cuerpo se arqueaba, dejándose llevar por lo que su piel dictaba, emitía pequeños gemidos que le volvían loco y acrecentaba el deseo.

Sus muslos entreabiertos dejaban ver donde se creaba el fuego del placer, donde manaba todo aquello que incrementaba la pasión de poderla poseer.

Lentamente abalanzado sobre ella, sus cuerpos parecían formar un solo ser que disfrutaba de verdad, al compás del corazón agitados y sudorosos no daban tregua al sentimiento que les unía.

- Cómo no poseerte?, le decía, si eres esa flor que se agita con el soplo de mi alma que solo vive para ti.

- Tómame sin medida, respondía ella, por que el día que te pierda siempre te tendré.

- Esto no acabará! eternamente, a pesar de la distancia, aunque  nuestras miradas se nublen, nuestros palabras se apaguen, en la piel vivirá todo lo que en este momento nace.

- No dejes de abrazareme, que así noto tu corazón cabalgando entre mi pecho y me hace perder la razón.

Entregados ajenos al mundo, disfrutaban cada tarde enlazados en la piel, tatuandose besos prohibidos, caricias indelebles y promesas de amor.

Se perdían entre fantasías llenas de lujuría, el descontrol de sus cuerpos por poseerse una y otra vez, hasta que el cansancio hacía mella en ellos y los dejaba exhústos, hasta la siguiente vez.

Un beso al final del día, era el preludio de la despedida y del recuento de las horas para volverse a encontrar. 
 


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