¡No me dejes!

Con desdén un portazo y a la cama sin mirar atrás, pensó que al cerrar la puerta su dolor quedaría fuera de su vida y volvería a creer.

Pronto quedó dormida y no fue hasta muy entrada la mañana que despertó, se vio con las ropas del día anterior, objetos por el suelo y en su memoria, pequeñas lagunas que le recordaban el día anterior.

Sin mucho ánimo se levantó, se dirigió a la ducha y aún con la ropa puesta se puso bajo el agua, con la esperanza que terminara de llevarse las heridas.

Tras media hora, con los ojos irritados y sin saber que hacer salió de la ducha, se despojó de la ropa mojada, tomó la toalla y con ella se sentó en la cama.

¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha sucedido?

Sus ojos volvían a llenarse de lágrimas de rabia, que quemaban su cara.

Intentó recoger un poco la habitación para evitar pensar y al coger su bolso, cayó de él una cajita y se abrió, saliendo un anillo que recorrió en círculos la habitación hasta quedar a sus pies.

Al agacharse, un escalofrío subió por su espalda, haciéndola caer sobre la cama, es como si se hubiese puesto en marcha una película.

Le vio, frente a ella, con su sonrisa perfecta, entregándole el anillo y dándole un beso.

Escuchó frases de amor que hicieron palpitar su corazón.

Recordó como cogidos de la mano, tras cenar se dirigían a su lugar favorito de copas.

Revivió ese sonido intenso y un golpe seco que la separó de él, que al despertar un barullo de personas estaban a su alrededor y a pocos pasos veía tendido el cuerpo de él, no podía acercarse, no podía hablar, vio como le subieron a la ambulancia con mucha rapidez y ella fue en otra.

Volvió a sentir el miedo y la impotencia de días interminables, sentada a la par de su cama, tomándole de la mano, pidiéndole que no la dejara, hasta que la tercera noche, su calor se desprendió abandonando su cuerpo y dejándola ahí.

De como su corazón se volvía a romper en mil pedazos y tenía que aprender a lidiar con la pena que cubría su vida.