Habían pasado casi veinte largos días sin verle, mensajes escuetos, llamadas inexistentes. Sus mañanas se volvían sombrías, pues su primer pensamiento del día era él, recuerdos, momentos que la bombardeaban con suspiros al aire. Ya era sábado, la semana lenta muy lenta, a pesar de levantarse temprano, revoloteaba por casa, sin saber si ir al gimnasio o tirarse en el sofá, volviendo a sus soliloquios y recuerdos. Alguien llamó a su puerta, asombrada, pues casi nunca recibía visita, obligándose se levanto abrir. Sin mirar abrió, era él, frente a ella, sus ojos se humedecieron y con la agilidad de un lince, saltó hasta su cuello, abrazándole y enredando sus piernas en su cintura, no podía parar de besarle, le extrañaba muchísimo. Cuando pudo soltarla de sí, le dijo: - Yo también te he extrañado mucho, por eso vengo por ti. Anda arréglate, te espero, mientras me tomo un café. - ¿Dónde vamos? - Ya lo sabrás. Con gran ilusión se dirigió a su habitación, u...